A pesar de las bondades en cuanto a rapidez en la resolución, la innecesaria existencia de avales por parte del consumidor y la apertura del sistema a toda clase de mercados (fundamentalmente jóvenes), el nacimiento de los microcréditos ha venido acompañado de todo tipo de opiniones debido a los intereses que demandan como contraprestación. Si bien es normal una alta exigencia en el retorno, ya que como sabemos la oferta y demanda, unida a las facilidades en la prestación, son las que determinan el coste del crédito, el precio del dinero.
Otras alternativas para estos microcréditos rápidos son las tradicionales instituciones financieras, que si bien su dedicación es otra diferente, han optado por diversificar su negocio ofreciendo pequeñas cantidades para competir directamente con el surgimiento de agencias o empresas financieras, la mayoría digitales (toda la gestión se hace por vía telemática) y muy sagaces en la captación de clientes. De la misma forma, las agencias públicas de financiación (ICO, AvalMadrid…) se están abriendo en este tipo de mercado, dada su rápida expansión, ofreciendo con la misma dinámica créditos de pequeñas cuantías. Y, sin dejar de lado otras novedades en las formas de financiarse, podemos recurrir al crowdfunding, en el que si eres capaz de convencer y dar confianza a varios inversores, pueden invertir su dinero en tu producto.
Naturalmente, este sistema tiene bien definido el mercado y las necesidades a las que va destinado. Generalmente, los créditos rápidos de pequeñas cuotas van ligados a necesidades puntuales y la dificultad para captar recursos monetarios en el corto plazo, en ese justo momento. Suelen darse en casos donde existen barreras financieras, como por ejemplo cuando la banca tradicional deniega un crédito, o donde la tramitación de estos tarda demasiado. O, si no, siempre podemos recurrir a los sistemas tradicionales y de confianza, como el monedero de la abuela , y jugar con el dinero.